jueves, 20 de marzo de 2014

El mito del Troncal.

   Siempre me interesé por la interacción de los colores a través de la vista. Prematuramente me di cuenta de que las manchas eran más que una pasión para mi, así que lo pintaba todo. Mi closet infantil eran únicamente delantales que parecían del mejor artista de los últimos tiempos, y mis maestros me solían llamar la atención por mi mal vestir y, que en lugar de hacer las mayúsculas con rojo, me dedicaba incansablemente a dibujarlas púrpuras y subrayar con verde. En el colegio, además, los adultos solían tacharme de raro, ya que solía divagar perdido mirando los techos de los edificios desde mi pupitre.
 Fui creciendo y mis psicólogos replicaban que me había quedado en los 5 años debido a mis constantes divagaciones, nada falso, pero un poco doloroso para mis padres.
 La historia que les contaré no la recuerdo, pero me la relataron, y el protagonista lo conozco como mi álter-ego subconsciente.
Se dice que una vez tuve una amiga, una muy buena amiga cuando solía ser pequeñito de altura. A ésta, con su cabellera opaca, la recuerdo sucia, como si siempre hubiese estado comiendo maqui, en realidad, esa era su excusa, y yo le creía, bastante ingenuo, desconociendo el hecho de que en Santiago no crece maqui. El punto es que esta niña siempre fue un misterio para mi, y me llevaba a hacer cosas que los niños no suelen hacer. Me asustaba, hasta que un día descubrí que compartíamos la misma pasión por los colores, más aún, cuando le mostré mis cuadernos de la escuela ella quedó muda, tomó mi mano y como si fuese el mejor espectáculo pirotécnico me llevó corriendo a su casa, allí me di cuenta que también compartíamos las manchas en la puerta del dormitorio y una que otra repartidas por la casa entre garabatos y manos sucias. Entramos a su pieza, se escondió bajo la cama y sin darme cuenta comenzaron a volar bolsas de colores tipo yogur.
   -¿Qué esperas?-me dijo- Mételas en la mochila que te voy a enseñar un truco que aprendí en los cerros de Valparaíso -obedecí, y en cinco minutos estábamos en la calle caminando no sé dónde con el paraíso del arcoíris escondido en nuestras espaldas. Caminamos durante horas, o a mi se me hicieron horas debido al peso, y nos internamos en la locura de la hora punta del centro santiaguino, me hizo parar frente a un edificio enorme y me preguntó si quería subir a lo más alto de la ciudad, antes de que pudiese siquiera pensar en la propuesta, me pescó de un ala y entramos sigilosos, aprovechándonos de nuestro porte, a un ascensor que nos llevó a tan solo una escalera de la azotea del edificio más grande de Santiago.
 -No tengas miedo -me dijo- cuando te ataque el viento. -luego de ésto abrió la puerta y un par de nubes grises me encandilaron junto con el viento que me hacía lagrimar. Cuando logré abrir los ojos, a la intemperie ya, me vi empapado de un imperfectible color blanco en el pecho, seguido de la vocecilla que me decía:
 - !Esto es guerra!, ¿qué esperas?, tienes una mochila llena de colores aún. -Y recién ahí me di cuenta de que todo era un juego, un juego con una larga introducción y mucha pintura. En menos de un minuto me vi lleno de colores, lleno de brillo, mis manos se extendían junto con el azul para lograr manchar a mi compañera de sueños, y las manos de ella galopaban con el verde que me hacía tropezar, y al tropezar saltaban los colores como chispas alcanzando el cielo, que al fin estaba a nuestro alcance. Cuando la muchacha lograba esquivar mis colores que iban hacia ella con una furia sutil, éstos se unían a las nubes creando una tinta líquida y formando sombras violáceas en la ciudad. Logramos la euforia, el éxtasis juntos, sus ojos brillaban al revolcarse en la pintura y los míos se tornaban inocentes al acariciar el amarillo. Danzamos como si la capital sonara bonito, nos amamos en la conjunción de nuestra irreverencia, y soñamos, y...
 -¡Para, Marco, para! -puso el grito en el aire, ahora ocupado por nuestras manchas.
 -¿Qué pasa?
 -Mira el cielo, tonto.
  Mis córneas no lo podían creer, cesaron las bocinas del taco y ahora todos los transeúntes miraban la gran nube negra que apareció sobre sus cabezas.
 -¿Qué hemos hecho? -le pregunté.
 -Le hemos dado color a tu ciudad.
 -¿Cómo que color?, estúpida, ¿no ves aquel negro caoba?.
 -Espera.
 -¿Esperar qué?.
 -Espera, imbécil, y calla.
  Esperé limpiándome el bermellón de las mejillas y logré ver el espectáculo más increíble que nos puede dar la naturaleza, las nubes comenzaron a transitar, a separarse como se separa el agua con el aceite, pero con su gran mancha negra provocada por nosotros. De la nube se podía observar cómo de a poco se escapaba un amarillo medio sucio hacia el sector oriente de la capital, al mismo tiempo un azul, que no se logró escapar de su opaca opacidad, se trasladaba hacia el sector de Puente Alto, luego mis ojos no podían creer cómo un verde turquesa se desplazaba hacia lo que conocemos como Pudahuel, y un rojo teñía de nostalgia las calles de Recoleta, y como si fuese poco tal espectáculo, con un aire de gruñido, comenzó a llover, entintando así la monótona locomoción colectiva con el tono de las nubes de su comuna, desde ese día, las micros amarillas se pasaron a llamar "transantiago", y en las calles más transitadas, debido a un alto flujo de vehículos, las micros se destiñeron creándose así los troncales.
 -Tonto, ¿cómo que "se destiñeron"?.
 -Pero si quedaron blancas po'.
 -Amigo, cuando juntas todos los colores recorriendo las calles rápidamente, se puede apreciar el más magnífico de los blancos, así que, podemos decir que éstas no se destiñeron, sino que se tiñeron tanto que quedaron blancas.

jueves, 6 de marzo de 2014

Sauzh.

Piel que lacia flota y te envuelve, arrástrame hasta el fondo y conozcamos el azul marino, hoy dejo en pausa mi prosa libre y te escondo bajo mi inoperancia. Contemplé el sur, y entre la llovizna me zafé de la arrogancia del norte, ya no lloro por emoción, lloro porque el aire me moja la cara, por los ojos de la humanidad, porque no quiero dejar el revoloteo de las gaviotas solo en mi memoria, planeando libres en territorio ajeno, en propiedad privada, vuela Danae entre algas y machas, llámate a ti misma balbuceando, ahogándote un poco, deshácete de esta línea recta y arrástrate con la corriente del lago, déjate empujar con el ciclo del agua, despídete de tu cuerpo como impedimento físico y comienza a sentir, dibuja garabatos, sé incoherente como tu cuerpo, como tu color de piel y define la coherencia como estúpida y abstracta.