sábado, 29 de octubre de 2016

Un mito

Eran dos hermanos, Greco y Giselle, que compartían el afán por las alturas. Ambos deseaban, por naturaleza, buscar lugares altos dentro de la ciudad. Más allá de subirse al Coihue o buscar una Higuera, sus cuerpos tendían a otra realidad al estar lo más arriba posible sobre el nivel del mar. En respuesta, su voluntad les hizo querer jugar en el techo de los edificios más altos de la ciudad, sin importar las dificultades que se presentaran en el proceso. Estando arriba, no se sabe si por influencia del viento o por una conexión muy fuerte con su entorno, los cuerpos de estos hermanos se hacían uno o 1.1; similares, equivalentes, y por lo tanto podían crear.
Tan fuerte es la situación que, en una época de oro, lograron subir a un edificio catastróficamente grande, lo vieron perdidos en el centro y ni una mirada faltó para entenderse y comenzar a ser sigilosos. Se escabulleron de los guardias sin problemas debido a su experiencia e ingenuidad de niños. Cuando lograron salir al techo, los golpeó una ráfaga de viento que jamás habían sentido, fuerte y variante, que los empujaba contra su voluntad. No se asustaron, de hecho, quizás el miedo para ellos siquiera existía. Reían, danzaban con la esencia del espacio y admiraban su entorno de una manera eufórica e inquieta. Tal era su emoción que la magia de estos niños se comenzó a materializar, sus sonidos y sus danzas se transformaron en colores que obedecían a sus movimientos, se lanzaban colores con cada mirada y esquivaban como en el juego de la vida. Mientras más jugaban y mejor era su coordinación con el viento quisieron pintar más allá del edificio donde estaban y comenzaron a pintar el cielo, el aire y la gravedad. Las nubes terminaron pesadas en un acuarela de todos los colores posibles de ver por el ojo humano.
La naturaleza es inteligente, o más bien matemática y se mueve a su antojo.
Ese día, el cielo sufrió una organización y una tormenta inesperada. La nubes se dividieron por colores creando un panal cromático, mientras a los ojos de Greco y Giselle solo había extasis. Comenzó a llover y los colores de las nubes cayeron, coloreando Santiago de diversos colores a gran escala, lugares como puente alto quedaron completamente de azul, a pudahuel llegó el verde esmeralda, los sectores más altos como Las Condes o La Reina fueron amarillos y en las calles más transtadas, por el alto flujo de aire, se mezclaron todos los colores, creando un blanco puro. Todo en la ciudad se pintó: calles, autos, pasarelas, colegios, y el pelo de algunos transeúntes, pero con el tiempo la gente se encargó de limpiar (y limpiarse), lo único que no se logró volver a la normalidad, por presupuesto u opción, fueron las micros, quedando pintadas por largo tiempo. Los encargados tuvieron que recurrir a un cambio de logo, se llamó transantiago.