Tiré por el borde de la baranda redonda, lo único que quedaba de malicia en el ph de la niña que alguna vez no quise querer más ser, pero ahora se retractó y el niñito quiso volver, agarrar a su mamita de la cintura y decirle el te amo más purito de su existencia, pero siempre con la necesaria ironía de su combustible, pesadísima, antipática pero con el corazón más bombeante de este santiaguito negro de gente que ofrece helados un poco derretidos, pero con el gesto bonito de ante mano, de una conversación de micro con el señor de cara negra que le gusta fumar hierbita de la que no hace mal, no toma, pero le gusta regalar helados a las niñas con mochilas pesadas, llegué a este santiago verdoso artificial, a estudiar a lo que lo hace verdesito lo que hace de la gente con carita negra, lo que hace de los camioneros gente que colecciona gorros y yo le aporté uno que me prestó mi abuela, era su favorito y se me quedó, ahora quizá ella se queme los hombros por mi culpa y quede quemadita, media roja en la nariz y los pómulos gastados, pero él tendrá uno más para su colección.
Gracias a todas las personas que nos ayudaron en este viaje, los que caminaron cuadras de más para guiarnos y que no nos perdiéramos, yo no se los puedo pagar con materia, pero sí con esta sonrisa fome que heredé, pero la más sincera de este andar de gente seria.
*Patricia del banano, bloqueador, piso y bototos que me quedaron chicos, un gusto conocerla en el paradero.
*Señor y señoras muchas de la micro.
*Carlos de la camioneta de mina, kilómetro dieciséis, más las 25 curvas hacia nuestro destino.
*Javier con su autito usado que le falta un poquito de agua o aceite.
*Mauricio con sus caballos hermosos que nos llevaron kilómetros enteros sin quejarse ni pedir agua.
*Estudiantes cuicos que nos dieron limones y un par de sonrisas en su hotel inventado entre carpas y pisos desarmables entre las lagunitas de agua potable.
*Hombre del camión que no recuerdo el nombre, sus doce cambios y su precisión para doblar esas curvas tan difíciles.
*Hombres de la camioneta, que iban a comprar bebestible a la ciudad, y no paraba de hablar y alabarnos.
*Hernán con su mal hablar y su helado que me salvó del calor desacostumbrado de Santiago, sus tatuajes y su conocimiento de cada rincón y colegio santiaguino.
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